Esta nueva entrega de los trabajos de mitad de año, da lugar al muy buen trabajo de Mauricio Minc, escritor, médico, lector apasionado. Pero por sobre todas las cosas, hincha de Atlanta.
Mauricio ya incursionó muy bien en los policiales, en la poesía futbolera y apasionada y lo hace aquí en la literatura que roza lo erótico, que sugiere, que plantea.
Será un continuador criollo del boom de literatura erótica que corre por otros mundos?. No sabemos, pero somos los privilegiados de conocer uno de sus primeros trabajos.
El Guimel
No sé cuándo comencé a enloquecer, trato de pensar
en cómo sucedieron los hechos, ordenarlos y tal vez los pueda llegar a
comprender.
Al doctor Maximiliano Alberto Groise-Potz lo conocí en la Facultad de
Medicina mientras cursaba Anatomía Patológica.
Continuamos nuestra amistad durante la residencia médica en el antiguo
pero también deteriorado Hospital Durand.
Sabiendo de mi origen judeo-polaco cuando se dirigía a mí se burlaba
utilizando el apodo de shlimatzl y yo
le contestaba llamándolo ieke. Yo me
ocupaba estudiando en los pocos momentos libres mientras el ordinario alemán se
dedicaba a la diversión.
-José León Burgesvswicz- decía arrastrando las consonantes, -¡boludo!- repetía, - las
mujeres dan placer, no los libros,… shlimazl-.
Compartimos muchas horas en la guardia suturando heridas, acomodando
blancas gasas malolientes y las siempre presentes angustias producidas por el
dolor. Generalmente aturdidos por llantos de niños, ancianos sin dientes,
bellas mujeres histéricas, enfermeras y enfermedades.
En una oportunidad me descubrió entrelazado con la obstetra de guardia.
Estuvo un tiempo sin dirigirme la palabra y un día en el quirófano, mientras
sacábamos un apéndice, a través del barbijo me dijo: - esa mina salía conmigo, algún
día lo vas a pagar.-
Gracias a Max conocí a su prima, la bella aunque extrovertida Berta Esther,
de quién posteriormente me casé enamorado. Una seductora mujercita que buscaba
el equilibrio entre los muchos primos de la gran familia Groise-Potz.
Cuando terminamos los estudios, esporádicamente coincidíamos en algún evento familiar, los
cuales fueron decayendo con el transcurrir de los años, por eso me sorprendió su llamado al celular después de cinco años
sin contacto alguno.
-¡vení urgente a casa! Por fin te voy a poder mostrar “El Guimel”, el
verdadero y autentico Guimel -, esperó unos segundos y continuó:
- tenés el derecho a conocer y es mi obligación mostrarte la autenticidad del motivo de tantas horas de conversaciones en nuestras guardias hospitalarias- y sin darme tiempo para responderle, colgó.
Mientras mis pies corrían con asombrosa velocidad pensé en “El Guimel”,
la tercera letra del alfabeto de las hebraicas escrituras. Max siempre se
refería al tema durante las largas charlas en las noches de guardia en el
hospital. Lo definía con cierto grado de erotismo y perversidad como un recóndito lugar creado por los dioses para exacerbar
la curiosidad investigativa del hombre y la mujer en pos del verdadero goce. Sería el punto en el cosmos femenino donde
convergen todos los placeres existentes en el universo, un lugar único en donde
no existe lo convencional ni mucho menos la palabra fidelidad.
- ¡Dios mío!-
expresaron en voz alta mis agnósticas cuerdas vocales - ¡Dios mío! - .
Me hizo pasar al living, sentándome en un confortable sillón y sin
mediar palabras encendió el plasma de 54
y señalando con su dedo índice las imágenes expresó: - concentrate en esa pantalla y descubrirás el
secreto universal de la mujer, el por qué murieron como ignorantes anorgásmicas millones
de mujeres-.
Las imágenes se sucedían vertiginosas en transparencias o encimadas
frente a mis sorprendidos ojos. Sin solución de continuidad aparecieron manos,
torsos desnudos, pechos con hermosos pezones, nalgas y dos cuerpos desnudos
perfectamente entrelazados, amalgamados y pegados por el sudor. El gemido
saturaba los parlantes, in crescendo
y sin pausa incorporaban poco a poco
todos los sonidos del espectro cósmico, desde el suave trinar de un jilguero,
el piano, la tormenta y el trombón.
Hermosos ojos, labios y lenguas entrelazadas jugaban una enredada
escena.
Y por fin la sagrada visión endoscópica de la oscura vagina resguardaba “El Guimel”,
el mayor tesoro de la femenina humanidad.
Me sentí incómodo ante Max cuando noté que la súbita erección se hacía notoria
a través de mí pantalón, sentí vergüenza
por mi reacción de vulgaridad ante el trabajo de un colega.
Mientras observaba absorto la tele, pensaba en el esfuerzo efectuado
por mi amigo para realizar este científico trabajo audiovisual, años de estudio
e investigación.
Las figuras tomaron forma de un hombre y una mujer, la torneada espalda
con un enigmático lunar se movía rítmicamente. En ese instante me dí cuenta que
ese lunar y esa espalda resultaban conocidos. La cámara flasheaba con
acercamientos hacia los cuerpos y los rostros en un juego intimidante con el
espectador y como un rompecabezas en formación comprendí que esa mujer, esa
hembra era Berta Esther, ¡mi mujer!, y
el otro, el otro ejemplar era… ¡Max!
En ese instante mi cuello aumento de grosor, sentí un calor sofocante
que envolvía la cabeza, al mismo tiempo una catarata de gotas cayeron desde mi
incipiente calvicie y rodaban por el canal muscular del torso y entonces, sin
poder contenerme le rugí a la pantalla:- ¡Hijos de remilputa, paren de coger!-.
Durante los siguientes meses me divorcié y entré en depresión. Con el
tiempo todo pasó a un supuesto espinoso olvido. La piedra en el zapato siempre
duele al caminar y te recuerda los
humillantes momentos vividos.
Me enteré que ahora Max, mi ex amigo, el vengativo doctor Maximiliano
A. Groise-Potz continúa ejerciendo la medicina con su vocación natural de
ginecólogo o toco-ginecólogo, o como le gusta definirse en la intimidad, “nacido para tocólogo”.
Me comentaron que en la placa de bronce en la entrada de su consultorio
se lee “Médico de Señoras” pero yo ahora sé perfectamente que el piensa que
debería decir “Me dedico a tu señora”. Dicen que la sala de espera siempre se
encuentra completa y todas las mujeres que están en la antesala tienen una
expectante sonrisa.
La señora Berta Esther ex de Burgesvswicz o sea mi ex, formó grupos de
autoayuda y varios talleres creativos relacionados con “El Guimel”.
Su pareja actual lo publicita en Internet con el título “Como usar
plenamente el G-mail”; me contaron
además, que todas sus alumnas exhiben
una misma e incipiente estúpida sonrisa.
Y yo, yo me alejé durante un largo período del sexo opuesto. Hoy soy un
reconocido urólogo que sigue tratando de
encontrar “El Guimel”, pero debido a mí especialidad lo busco en los hombres, en
una incesante exploración del punto que ahora denomino con ferviente excitación: el prostático punto “P”.
Mauricio Minc